Hoy me declaré a tí,
te dije que te odiaba,
te provoqué, al fín,
para que si te atrevías, me dejaras.
Hoy me declaré, y mi mirada era hielo,
esperando el golpe en la madrugada,
y tus palabras fueron como el fuego
que ardía, rencoroso, en tu mirada.
Hoy me declaré, mi alma estaba desnuda,
ardiendo con la rabia de otras vidas pasadas,
y me sujetaste del cuello, -antes de tiempo, ¿quieres que te destruya?-
-Sí-, le respondí, -antes que en este infierno mejor en la nada-...
Hoy me declaré, entre beso y beso y tragos de veneno y desesperanza,
Le dije: Yo siempre, -juré-, te espero,
aunque nos envuelva la negrura de una tierra extraña,
aunque me veas hablar con otros, yo te pertenezco.
Al final me declaré, mis palabras polvo de la infancia perdida,
Oh, amor, amor, haz de mí tu esclava, o acaso tu sumisa,
que sólo obedeciendo sanarán mis heridas...
Y sus palabras en las sombras: ¡ Oh, mi niña, mi niña perdida...!