jueves, 10 de diciembre de 2009

VENTANAS (Una historia de desamor en otros tiempos...)


Llegaron por partes, no como una familia normal. Primero un hombre mayor, de aspecto cuidado en los primeros tiempos, con una niña que parecía ser su nieta, pero que luego supe,-como todo se sabe en los barrios-,que era su hija. Así que lo que más curiosidad tenía era por ver a la que suponía madre de la tal niña.

Y llegó. Toda vestida de negro, pálida y seria, cuando aún la casa no tenía más muebles que un sofá y una mesa grande de plástico. Y lo sé porque por no haber, no había ni cortinas. Pero no era su madre tampoco, aunque por lo menos, amante de él sí que parecía, pues iba los fines de semana y se quedaba allí hasta el domingo noche, siempre seria y vestida de negro. Yo ya no sabía qué pensar y me pasaba los días en la ventana de mi casa, justo enfrente de la de él. A esta edad no quedan muchos entretenimientos de los que ofrece asomarse y ver pasar la vida de los demás, amén de averiguar cosas sobre ellas.

Ella llegó un día para quedarse. O eso pensaba yo. Pasaban los días y ella permanecía en la casa, pero no la oía trajinar por allí como a otras. Es más, no la veía asomarse a la ventana ni aunque escuchara el mayor de los jaleos que menudean en todos los barrios. Salía a la calle siempre con unas gafas oscuras, tan negras como su ropa, y pocas veces sola. Él era de ésos a los que le va la carne mucho más joven y tendría miedo de que le quitaran su nena, digo yo.

Fue pasando el verano, lento y pesado, y ella dormía mucho y leía también mucho. Yo los oía discutir. Y por fin llegó el otoño. Ella pareció renacer, no encuentro mejor palabra, seguía vistiendo de negro y llevando gafas oscuras, pero cuando llovía y mis viejos huesos me recordaban mis 74 años, ella asomaba a la ventana, sin sus gafas de sol, y siempre al atardecer o si el día era bastante oscuro. Sonreía al cielo o se quedaba pensativa, siempre sonriendo levemente aunque acabara de tener una discusión a gritos con el hombre. Más satisfecha aún, o eso parecía. Extendía sus brazos y sus manos hacia la lluvia, como si quisiera abrazarla, y sus ojos eran tan oscuros en aquellos momentos como pozos, excepto cuando los rayos iluminaban su sonrisa y esa chispa de diversión que brillaba en su mirada. Y cantaba bajito, tanto que apenas la oía. Y yo permanecía en la ventana, helada hasta la médula y con la tormenta alrededor que me daba tanto miedo. Pero no podía evitarlo, y ella no parecía tener frío, pues se ponía lo mas corto en mangas que encontrara,-creo que no se desnudaba por él, qué cosas-, parecía que me hechizaba.

Entonces, una noche de éstas, ya no parecía tan ausente, tan....parte de la tormenta y la lluvia helada. Bajó la cabeza de repente. Y me miró. Habían terminado los rayos, pero seguía lloviendo. Lloraba y sonreía, pero en sus ojos seguía la luz violeta de la tormenta. Me entraron escalofríos, aquella luz no era un reflejo, me guiñó un ojo y me sonrió y me dijo claramente, “a ti no”...

De pronto, dejó de dolerme todo, y sentí mi corazón lleno de oscura alegría, a saber porqué, y a pesar de que no sabía qué quería decir con aquello.

Al día siguiente dejó la casa, llena de furia, pero serena. Llevaba las gafas de sol que siempre le ví, pero tras los cristales veía un reflejo del ocaso anterior.

Miró hacia arriba, directamente ahí, a mi ventana, a mí, y a pesar de irse herida, me sonrió abiertamente.

Y supe con seguridad absoluta que cuando llegaran de nuevo las tormentas, ya no tendría miedo de sus truenos ni temería al frío.

ABSOLUTOS PRINCIPIANTES ("Absolute beginners", David Bowie... ÉL sabrá porqué...)