jueves, 28 de agosto de 2014

PRECIPICIOS.

Detrás de cada esquina,
de cada madrugada incierta,
detrás de cada rosal y cada espina,
detrás del abandono sé lo que me espera.

Hay un lugar en el segundo que amanece
que se ilumina en el recuerdo,
hay una luz que por bella me entristece,
que me dice que no estás y que te pierdo...

Porque a medida que camino
cada uno de mis pasos me condena,
y ya no sé quién soy, ni el tiempo en que vivo,
si soy un ser humano o la sombra de mi pena.

Es por esto que detrás de cada beso,
de cada caricia tierna,
de cada piel en que te anhelo
hay precipicios, alturas que me esperan,
que me dicen que no tenga miedo,

y es que si al menos supiera
que tú estarás al final de este vuelo...

domingo, 24 de agosto de 2014

DESTINO.

   Érase una vez, en algún momento de algún año de alguna estación de los hombres, en que había un hombre y una mujer que se amaban. Se amaban con un amor tan feroz y tan doloroso que llegó un momento en que ninguno de los dos soportaba la presencia del otro. Pero la sola idea de separarse les torturaba como la más refinada crueldad.
   Llegó un día en que decidieron poner fín a todo. Habían invocado a dioses y demonios, y habían buscado consejo en Olimpos e Infiernos sin resultado alguno. Y hacía mucho tiempo que habían renegado de la ayuda que pudieran darle los de su especie.
   Un atardecer cualquiera, de un día como cualquier otro, convinieron en coger cada uno su coche y salir de sus respectivas ciudades. Se encontrarían en determinada vía del tren y allí mismo harían chocar de frente sus vehículos y si acaso el golpe no acababa con ellos, el próximo tren que pasara por aquel lejano campo los remataría...
   Y ejecutaron su plan, hastiados ya de aquella unión que los consumía por dentro poco a poco. Pero algo salió mal, terriblemente mal, y no murieron en el accidente. Y el tren no pasó nunca por aquella vía muerta... El atardecer se alargaba como se alargaba su conjunta agonía. Y aunque mientras la noche se alzaba sus manos se buscaban, nunca se encontraron...
   Se cuenta que al amanecer ya habían muerto los dos, pero nadie lo sabe con certeza. Pudieron tardar días en morir mirándose a los ojos o maldiciéndose. Eso sólo lo saben los animales que les observaron llorar amargamente increpando a un Destino cruel hasta el mismo final...
   Pasaron muchos, muchos años, y de todo esto apenas quedaba nada: los coches, chatarra invadida por la naturaleza, óxido de lluvia, hierba dulce de amantes y flores de soles que giraron su rostro ante la tragedia. Ellos, dos vulnerables esqueletos que aún se buscaban la mirada tras sus cuencas vacías...
   Dicen que cuando los encontraron, pequeños animalitos habían hecho madriguera y refugio en las cavernas de sus pechos vacíos, y que pájaros de alas azules como el mar habían anidado en sus cráneos. Los encontraron los hombres de la ciudad una noche, más no se atrevieron ni se atreverán nunca a quitarlos de aquel prado ni de aquella vía. Su tumba está cerca del bosque, y allí seguirá para siempre. Las lechuzas y los búhos aún cuentan cómo se susurraban aquella última noche sus promesas para la otra vida. Y los ciervos y las liebres y las águilas durante el día relatan aún a otros animales las chispas de odio que saltaban entre los ojos de ambos en el tercer y último amanecer que vieron juntos.
   Y todos ellos juran que ahora les ven caminar por el bosque, lejos de todo menos de ellos mismos, y dicen que ahora son parte de las tormentas, y que son uno sólo al fin sin dolor alguno ni desdicha.
   Esto lo sé porque hace mucho que aprendí a no escuchar a los humanos...
  

lunes, 18 de agosto de 2014

LA MIRADA AJENA.

Por fín muere el verano,
pero aún hiere mis ojos
un sol ajeno,
un sol de otro sitio
que no es el mío...
mas llegará el otoño,
y le seguirá el invierno,
y yo, renacida al fin
ante las lluvias,
floreceré hacia tí todo mi mal,
que al fin y al cabo es tuyo,
y bajo esas calles
que veo y por las que camino
bajo otros ojos y otro cuerpo,
sentiré cómo un corazón,
mil veces maldito,
poco a poco
pierde su fuerza
y su alegría...
Ése será el rito de traspaso
que nunca debió realizarse
en un principio...
Y cuando llegue
la Noche de los Muertos
acabaré el proceso
de una manera o de otra...
Oh, ¿volverán mis ojos
a ver de nuevo
las cosas que amaba
del modo en que siempre
pude verlas?
¿Volverán los espejos
a devolverme
esta mirada esquiva
que ya no reconozco
como mía?
Yo me ahogaba
en tu respiración
poco
a
poco,

naufragarás,
cobarde e impío,
frente a las costas
de mis noches infinitas...


miércoles, 13 de agosto de 2014

CAZA EN SEIS ACTOS

I

Pescar es atraer.
Cazar es acechar.
Ha pasado el tiempo de la pesca,
y tú lo percibes
tanto como yo lo sé.
Pero en esta particular
ocasión,
soy yo quien te va dejando
pistas,
sólo para que presientas
el temor de la víctima
que en este caso
no conoce la inocencia:
yo te declaro culpable.

II

Yo te declaro culpable
de derramar lágrimas ajenas
que nunca jamás
te pertenecieron,
de arrancar esperanzas,
de condenar a la insania
a mujeres que caminaban
dudosas por el borde afilado
de brumosos precipicios,
culpable de ser la réplica exacta
de todo lo despreciable
que alberga la cobardía humana.
Y es por eso que te acecho.

III

Te acecho
desde ese mismo borde brumoso
desde el que estuve a punto de caer,
-¿o acaso caí...?-,
desde detrás de los árboles
de bosques congelados
y húmedos de musgo frío,
desde lo alto de ramas
astilladas por los rayos de la luna
yo te acecho...
Estoy tan cerca de tí,
a tu alrededor,
en tu gente, tu familia,
tus amigos, tus amantes,
en todo lo que te rodea...
estoy tan cerca de tí...

IV

Estoy tan cerca de tí
que si quisiera podría traerte
conmigo al abismo en una semana,
mas no,
este juego ha de durar,
voy a saborear esta danza de la muerte
hasta que no pueda más,
hasta que no puedas más...
Cada minuto de insomnio,
cada grito,
cada golpe,
cada lágrima,
cada segundo
sin oxígeno,
cada madrugada
temiendo
el amanecer,
todo eso y más
acecho en tí,
me cobraré por mí...
Está caza es mía.

V

Está caza es mía.
Y será un verdadero ritual
cuando llegue el momento.
Eres mi pieza
y me estoy acercando.
A veces soy tú,
tan tú que dudas
de tí mismo,
como yo dudo
y he dudado tantísimo
antes de mí misma,
y eso está bien. Así debe ser.
Y así será... Te encontraré.
Te estoy encontrando...
Y sabré cuándo te he encontrado.

VI

Cuando yo pueda percibir
el olor del bosque al amanecer
de tu antaño deseada piel,
entonces,
en ese instante,
sólo en ese instante,
podrás notar la fragancia cálida de la canela de la mía...
Y entonces, ¡oh, entonces...!
Sólo el bosque, amor,
y tú y yo,
y se abrirán los cielos
sobre nosotros,
y el único perfume será
el de la tierra mojada por las lluvias
y el de la sangre
empapándola...