sábado, 15 de marzo de 2008

CAPÍTULO INDETERMINADO I ("LAS FACETAS DE SELENE")


La llamó, puntual y servicial, como siempre desde finales de junio pasado, sobre las ocho de la tarde:


- Soy yo, ¿cómo estás? ¿Vas a salir? ¿quieres algo?... -etc, etc... la aburre a morir, lo desprecia, lo maneja... y hasta tanta solicitud la agota...


- No, hoy no voy a salir, -antes le ponía alguna excusa, algún imaginario dolor, ahora ni eso.


- Como quieras, ¿qué te apetece? ¿qué te llevo? ¿qué...?, -y ella aparta ligeramente el teléfono de su oído y le hace muecas como una cría, pero se lo vuelve a acercar y le dice, como quien no quiere la cosa, que si pasa por tal sitio, le traiga tal cosa, sabiendo de sobra que lo hará, sin rechistar, a pesar de que en casi un año no ha hecho otra cosa con ella que gastar dinero y palabras de obediencia, con la vana, vanísima ya esperanza, de meterse en ese último vagón de este último tren. Sin saber que jamás, por pronto que llegue, lo alcanzará a tiempo.


- ¿No quieres nada más?, -sí, piensa ella, que me traigas lo que necesito y te largues al momento, pero claro, de momento se muerde la lengua.


- No, nada, en seis o siete minutos nos vemos en la puerta de mi casa, -y claro, ella le dejará hablar los diez minutos de rigor, con la excusa, tampoco tan exagerada, de que a su madre no le gusta que ella se ponga de cháchara en la puerta. ¿Qué más da? Total, sólo esos diez minutos se le antojan siglos a menos que tenga algo que contar sobre el otro. Termina la llamada con un "hasta ahora" cortante y se queda pensativa. La frase "el otro" no es correcta. Ya sólo es "el único". Pero ni siquiera este adorador sumiso satisface su ego, sólo su economía. "Sí, es cruel este asunto, -medita, pero él se lo buscó, y al fín y al cabo, quiere lo que todos, cosa que no ha conseguido ni conseguirá." Además, si tuvo una pequeña oportunidad cuando lo conoció, ahora se ha evaporado. Culpa de él, también: tanta insistencia, tanta llamada cuando no debe, tanto seguirla y seguirlo... A ella le repugna hasta el contacto insistente y resbaladizo de la mano de él cuando quiere cogerle la suya para expresarle lo guapísima que está siempre, lo linda que estaba cuando la vió con el que él no cree su verdadero amor, el de ella...cuando le dice, para congraciar su irascible carácter, que él es mejor en persona que en fotografía, y que está tan bella cuando la ve al lado del "otro"... Masoquismo puro y duro, sospecha ella, porque sino no se explica que diga algo bueno del hombre del que, debería darse cuenta, cada día está más enamorada y perdida. Pero nada, erre que erre... Y llega el momento de asomarse:


- Hola, bonita, -lo de siempre, Diosssssssssssss...parece increíble, pero hasta los halagos pueden cansar...


- Hoooola...- desgana absoluta. ¿No se da cuenta de que la mirada de ella evade la suya, de que sólo atiende alrededor a esa calle?


No, parece que no se da cuenta. A veces intuye, pero vuelve a apretarse la venda de los ojos más fuerte aún.


- ¿Lo viste anoche?


Ella por fín lo mira a la cara, de pasada, con otra expresión:


-Sí...estuvimos tomando copas hasta...........(hora que fuera)


-¿Y?


-¿"Y" qué?-, espeta ella, mirándolo desafiante.- Pues bien, lo pasamos...bien...


-¿Bien?-, repite como un papagayo, mirándola con precaución, temiendo que ella le diga lo que él, en el fondo, ya sabrá, aunque no quiera saberlo y ella jamás le confirma.


-Sí, bien...como siempre-, y ve en la mirada de él tal rendición inmerecida que suaviza el tono y le dice, todo lo bajito que puede, dada la falta de audición del "pobre viejo": -Lo pasamos bien, sólo charlamos y tomamos unas copas, él quería lo de siempre, como en tiempos, pero le dije que no...


Él sonríe, ya más tranquilo en su mentira piadosa. No aparta su mirada suplicante de ella... Pensará que ya que, tras diez meses de conocerla y tantísimo dinero gastado, no la puede hacer suya, que al menos no se entregue a "ese loco", como le llama.


Y ella sonríe levemente, con una amargura que él no sabe ver, con ironía y cierta crueldad.


Y mueve la cabeza, apesadumbrada como cuando esa enfermedad que se resiste, a ratos, a ser asesinada, que se llama "conciencia", le golpea el corazón. Mira al cielo, a la luna, para no ver esos ojos que le recuerdan que también ella sabe lo que es el desamor y la ceguera. Para no rememorar la época en que aún se sentía un ser humano, no un animal sediento de sangre y de venganza. Para no recordar que, por mucha magia que haya en este mundo, todos los castillos acaban en ruinas.


Y, al fin, baja la vista para no verse reflejada en esa mirada de perro abandonado.


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